A veces se me olvida que el truco para que todo salga bien solo consiste en confiar. En confiar en ti mismo, en tus posibilidades. Algo me ronda estas últimas semanas, vosotros, mi gente, ya lo sabéis. No paro de darle vueltas y se me nota en la cara. Y me he despistado un poquito, y había olvidado el truco, la clave.

Estoy convencida que todo aquello que anhelas llega con la lucha. Cuando le pones empeño, cuando lo peleas, el triunfo llega. Porque nadie mejor que tú sabe de lo que eres capaz. Del poder de tus sueños. De lo mucho que significa lograrlo. Y al final, cuando confías de nuevo en ti, sacas todo lo bueno que tienes dentro y el mundo se rinde a tus pies.

A menudo el ambiente del trabajo, esos compañeros que se quejan y que han perdido la ilusión por las cosas bien hechas tratan de desmotivarte, parece que necesitan que formes parte de ese ambiente de malos funcionarios como hace poco me dijeron a mí… No te rindas, no caigas. Ojalá pudieras conseguir trabajar en aquello que te apasiona, pero si no es el caso, lucha. No hay satisfacción más grande que le trabajo bien hecho. Y yo estoy convencida de que, al final, siempre tiene su recompensa.

A lo largo de mis 28 años he conocido gente muy válida, muchos jóvenes talentos. Y sé que un día tendré la edad de mis padres y podré presumir de ellos, de mis amigos, que pelearon como nadie para cambiar las cosas, para aportar su granito de arena.

En esos días grises que sólo tienes ganas de darte por vencido, párate y piensa un momento. ¿Merece la pena que alguien que no quiere mejorar pueda echar por tierra todo lo que tú tienes que ofrecer? Confía en ti. Has luchado mucho. Y esta es sólo la primera parte del camino. Aún tienes mucho que dar. Porque tú eres ese alguien especial.