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Mujeres que inspiran

por DIANA GONZÁLEZ

Ahora que ha llegado el otoño me atrevo a contaros que llevo todo el verano viendo a mi vecina trabajar cada noche, hasta muy tarde, mientras yo tendía la colada. Es una mujer joven, con pareja y dos niños a los que ha decidido cuidar y ver crecer durante este verano. Y para ello ha pasado el verano haciendo malabarismos con su trabajo. Es artista, y aunque su trabajo necesita muchas horas de buena luz, yo la he visto cada noche, iluminada por su lamparita pegada al ordenador, robándole horas al sueño, para poder estar con sus hijos de día. Creo que fue la segunda noche que la vi, cuando sentí ese impulso de sentarme a escribir. Mujeres que inspiran. Mujeres a las que tengo la suerte de tener cerca cada día y de las que me siento muy orgullosa, aunque quizás ellas no lo sepan.

Es cierto que la maternidad ha supuesto un antes y un después en mi vida, es cierto que a veces me miro en el espejo y no me reconozco. Como también es verdad que ahora empatizo mucho más con personas a las que no conozco, pero veo desbordadas con el cuidado de sus hijos, o muertas de miedo ante la falta de salud de los suyos. Gestar a un hijo, parirlo, y luchar cada día por conseguir que sea feliz, que esté bien, me ha cambiado. Pero cuando paseo, cuando a veces tomo un café sola, sin niños de por medio, cuando tiendo en mi terraza a deshoras y los niños del edificio ya duermen (o no), pienso en todas esas mujeres que me rodean y alucino. Porque yo, que aún me siento joven a mis 34, pienso que la inmensa mayoría fuimos educadas para ser listas, guapas y limpias (como se titula el libro que esta en mi mesilla de Anna Pacheco). Y eso que nuestros padres no son tan mayores... Pero me cuesta asimilar lo que creo que el mundo espera de mujeres como yo. Mujeres que nunca son lo suficientemente delgadas, lo suficientemente guapas, mujeres a las que se les pasa el arroz, mujeres que no llevan planchados a sus maridos, mujeres que no saben coser ni hacer croquetas como sus madres.

Y yo, que no sé hacer bechamel, que inutilizo una prenda cuando se cae un botón, que me paso la vida luchando por no comerme ese bollo que me llama desde la estantería, miro a todas esas mujeres que tienen tanto talento...y alucino. Porque muchas están luchando por conseguir su sueño pese a todas las piedras que encuentran en el camino, porque ponen pasión en lo que hacen (aunque no tengan el trabajo de sus sueños, aunque lo hayan aparcado por criar a sus hijos, aunque no les guste cocinar pero necesitan hacerlo por sus familias). Porque son tan valientes y respetuosas que siguen calladas mientras les siguen insinuando que se van a quedar para vestir santos, que se les pasa el arroz. Porque han decidido no ser madres aún cuando el mundo les mira mal por no serlo. Porque no les preguntan a sus parejas por qué no tienen hijos, porque siguen aguantando que las tachen de egoístas, no fértiles o machorras por no querer traer un niño al mundo. Porque todas, de una manera u otra, son mucho más bellas de lo que ellas se creen. Y las veo sentirse pequeñas, feas, poca cosa. Las miro y a veces noto que se están conformando con una pareja que no les quiere bien porque sienten que solas no pueden con todo. Las veo cotillear Instagram y que les brillen los ojos con un vestido que no se atreven a poner por el qué dirán. Convencidas de que no tienen un cuerpo apropiado para cierto tipo de prendas. Porque es demasiado corto a su edad. O demasiado para ir a por los niños al cole.

Y yo las vuelvo a mirar, y veo mujeres que están desbordadas por la cantidad de trabajo que tienen, pero que se sienten felices por estar consiguiendo sacar su negocio adelante un mes más. O no, están agotadas porque es demasiado trabajo y su jefe no lo ve. O no, porque están hasta arriba de curro pero es que luego, al llegar a casa hay mil cosas más por hacer. Y sobre todo, cuando tienen hijos en casa es que lo hacen y al rato parece que no han hecho nada, y otra vez, se sienten fatal. Y encima no hay nada rico y sano de cena y el mundo las juzga porque son malas madres que crían a niños que no comen suficiente fruta.

Y veo a mujeres que llevan luchando años en su profesión y que siguen aguantando como a veces sus propias compañeras comentan a sus espaldas que han conseguido el papel, la campaña o el puesto, a base de hacerle horas extra al jefe.

Pero yo, que no soy nadie, miro a mis vecinas, a mis compañeras del trabajo, a mis amigas del alma, a las otras mamás del cole, y me siento reconfortada. Sororidad lo llaman ahora en la tele. Criar en tribu. Feminismo. Son solo conceptos.

Lo maravilloso es sentir el apoyo de quien tienes en frente y te ve brillar cuando tu piensas que estas en tus horas más bajas. Estoy muy orgullosa de muchas mujeres a las que conozco (mucho y poco). Y seguramente tú que me lees no lo sabes, pero eres una mujer admirable.

Posdata: Quiérete un poco. ¡Lo haces de puta madre!

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