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Mi primer bizcocho

por DIANA GONZÁLEZ

Desde que vivo sola valoro mucho más todas esas cosas que antes creías que sucedían solas, por arte de magia, como por ejemplo, encontrar comida en la nevera. En fin, que hace apenas dos horas ahí estaba yo, recorriendo el supermercado con más hambre que otra cosa, cuando sin darme cuenta estaba rebuscando en los pasillos de menaje. Y es que a diario como con una compi que me ha convencido de las ventajas que tiene calentar la comida en un tupper de cristal, y no de plástico. Pues eso, que mientras buscaba mis tuppers nuevos, de repente, y sin saber cómo, me ha dado por comprarme un molde para hacer bizcochos.

Como decía uno de mis profesores, pertenezco a eso que él llamaba "La generación del Petitsuisse". Yo también soy una de esas niñas mimadas a la que dieron esa versión mejorada del yougurt de toda la vida, y a las que nos dejaban en la cocina tortillita de patatas, filetes "empanaos", no se cuantas variedades de zumos y quesos, o bizcochos caseros para desayunar. Mil y un platos diferentes para llegar una noche cualquiera a casa y gritar desde la nevera : "Jope, Maaaaaaamáaaaaa, es que no hay nada"

Total, que después de una vida llena de cuidados de Mamá, ahora que ya no vivo en casa, echo de menos levantarme por la mañana y que el bizcocho no esté al lado de la taza de café. Quizás por eso, a las cinco de tarde y en mitad del Carrefour, yo (que no tengo ni idea de repostería) he decidido que hoy haría mi primer bizcocho. No está nada mal, a mis 29 añazos y después de llevar viviendo sola una temporadita...

Por supuesto, he tenido que llamar a mi madre. Porque a pesar de que durante años ha tratado de enseñarme la receta de este bizcocho sencillito, de haber incluso batido los ingredientes más de una vez, hoy, está claro, no sabía qué tenía que comprar.

Pues nada talaveran@s, que al llegar a casa rápidamente me he metido en la cocina y ¡a la tarea! No sé quien inventó eso de que cocinar relaja, porque ¡¡ojito que tarde he pasado!!!

Yo cocino porque me gusta comer, porque me gusta sentirme útil, pero de verdad, ¡qué suplicio! Se me da mal. Y mi novio que es un bendito, se come cada fin de semana lo que yo me esmero en cocinar, pero jamás de los jamases me convertiré en esa estupenda cocinera que es mi madre y mi hermana (pequeña). Parece mentira que compartamos genes...

El primer intento de masa para mi bizcocho llevaba sal, no os digo más... Menos mal que soy yo la que ordeno la despensa... Pero sí, he confundido el tarro con el del azúcar ;)

Afortunadamente tengo un pulso como para robar panderetas y he derramado un montón por la encimera. Así básicamente me he dado cuenta de que era sal. ¡Qué desastre!

No sé cuantas veces he llamado a mi madre. Y claro, ha llegado ese punto en el que las madres te ignoran, y no se dan cuenta de ese enorme "drama" que tú estas viviendo.

Con el bizcocho en el horno y el móvil en la mano, me he dado cuenta de todas esas cosas que mi madre y mi padre han tratado de enseñarme con esmero durante años "por mi bien" y que hoy, sigo sin saber hacer. Aunque creo que no soy la única...

El día que me mudé de la residencia universitaria a un piso con amigas me pasé la tarde con mi madre escribiendo recetas que poner en práctica. La plancha la manejo desde los catorce, y me llena de orgullo que mi madre repita a todas sus amigas que plancho tan bien como ella. Pero no nos engañemos, la raya de los trajes yo no la sé hacer.

A mi padre se le tuerce el gesto cada vez que le digo que me tiene que mirar cuando me toca cambiar el aceite al coche y que no tengo intención ninguna de aprender hacerlo yo.

Creo que nunca sabré afilar un cuchillo sin herir a nadie, que inutilizaré una y otra vez esa chaqueta a la que se le cae un botón, que el timbre de casa (como el de mi amiga Marta) no sonará hasta que mi padre lo arregle, que con todas esas prendas de fiesta la etiqueta se me clavará porque sin ella no sé cómo hay que lavarlas, que nunca conoceré cuál es la cantidad justa de amoniaco para no intoxicarme al limpiar, cuánto pimentón hay que añadirle al arroz, qué broca es la buena para ese taladro , o por qué no sube un bizcocho.

Pequeñas cositas que hacen el día a día de esta gente joven, que se cree que la vida es un paseo y no saben lo que yo hacía y que ya era padre con su edad. ¿Os suena?

Tenemos ventimuchos, treinta y pocos, y sí, Mamá y Papá tienen que arreglarnos aún demasiadas cosas al otro lado del teléfono. Gracias al cielo, ellos tienen esa paciencia infinita para repetirnos una y mil veces esa cantinela que nos suena desde pequeños.

¿Nos convertiremos un día en ellos?

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