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Lucy

por BORJA MUREL

Entrando a la miga sin dejar concesiones al espectador para plantearse nada de lo que está sucediendo (como hace la propia película), tenemos que decir que “Lucy” cuenta con un comienzo desbordante. La primera media hora de bobina está desarrollada con un pulso narrativo innovador y absorbente, que no te deja pestañear un segundo, gracias a un acertado montaje en paralelo. Durante esta combinación abrupta de escenas, Bresson, su director, nos invita a asistir a una interesante charla documental, que imparte Morgan Freeman, sobre la capacidad del ser humano para desarrollar su cerebro.



Esta charla se va entrelazando (con ciertos toques de humor negro) con la historia de una pobre chica que, engañada por su novio, tiene que rendir cuentas con unos asesinos orientales en la habitación de un hotel.

Durante estos primeros minutos nos encontramos, sin comerlo ni beberlo, con los momentos más acertados del filme; ésos que recuerdan al mejor Tarantino, o a los montajes frenéticos y videocliperos del tristemente fallecido Tony Scott. Pasada la primera media hora, justo a partir del momento en que la protagonista comienza aumentar su capacidad cerebral, la historia se va descarrilando hasta darnos de bruces con algunos planos que rozan el absurdo. ¿Por qué teniendo a los villanos a tiro en varias ocasiones, la protagonista no los liquida (cuando pocos minutos antes se ha cargado hasta al apuntador en otra secuencia)?

Bresson (que también firma el guión) cuenta en su filmografía con algunos de los títulos más míticos de la reciente historia del cine francés: “El Gran Azul”, “Nikita”, “León el profesional” o “El Quinto Elemento”, y a día de hoy sigue dando muestras de artesanía y buen gusto en su trabajo; pero en este caso no saca todo el partido a una historia que podría haber dado mucho más de sí, si se le hubiese dado un tratamiento distinto.

Un argumento tan interesante como el de una chica que comienza a desarrollar todo el potencial de su cerebro a raíz de ingerir accidentalmente una droga, termina perdiendo coherencia y fuelle en favor de una acción, unas explicaciones metafísicas y unos efectos especiales que rememoran el cine de serie B de producciones tipo “Golpe en la pequeña china” de John Carpenter. Y es que el espíritu de serie B sobrevuela constantemente a lo largo de todo el metraje... Malos malísimos que incomprensiblemente nunca son eliminados con la excusa de mantenerlos en la historia.

Persecuciones automovilísticas de cartón piedra. Pocos personajes y pocos escenarios. Un policía que ayuda a la protagonista sin a penas tener dos líneas de dialogo entre ambos. Y así podríamos continuar enumerando bastantes detalles que hacen que la película no termine de brillar con luz propia.

La presencia de Morgan Freeman en el filme es casi inexistente, de hecho su papel parece haber sido creado como excusa para tener el nombre del actor en los créditos. Su personaje a penas influye en el desarrollo del argumento, excepto en la narración de las secuencias iniciales. Caso a parte es Scarlett Johansson, que luce sus dotes interpretativas con resultados brillantes, pasando por un abanico de poses durante la evolución de su heroína. Hay una escena en la que mantiene una conversación telefónica con su madre, que es posiblemente uno de los momentos más intensos y logrados de la película.

Sin ensañarme mucho más, quiero apuntar al hecho de que la película entretiene, y mucho. Eso sí, sin pararnos a pensar si la clase científica que nos imparte tiene algo de coherencia... y sin olvidar el hecho de que su comienzo más que prometedor termina diluyéndose en una lluvia gratuita de fuegos artificiales.

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