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La Visita

por BORJA MUREL

Últimamente se me han descuadrado todos los pronósticos sobre algunas películas que llevaba tiempo ansiando su estreno (rezo porque ésto no me suceda con “Spectre” o “Star Wars”). Hace unos días, fui al cine a ver el nuevo trabajo de Amenabar (“Regresión”) con inmensa expectación y con la esperanza de ver al director volviendo a la calidad sus orígenes. Mis expectativas no pudieron quedar más lejos de la realidad. La película me dejó un regusto agridulce y un poso de decepción, que comentaré en otra crítica, y que sinceramente me fastidió muchísimo. Por otro lado y de forma casual, se me antojó darle una oportunidad a “La Visita” de M. Night Shyamalan. Lo cierto es que no me llamaba especialmente la atención, excepto como mero pasatiempo. No esperaba encontrar nada sorprendente después de la caída en picado que había experimentado la carrera del director en los últimos años (con trabajos tan impersonales y aburridos como “After Earth” o “Airbender”). Para mi asombro, “La Visita” me encantó.

Estamos ante un divertimento de alta calidad. Un producto que equilibra risas y sustos a partes iguales, y que consigue algunas de las escenas más imborrables de la memoria que he visto últimamente. M. Night Shyamalan recupera el tono de sus mejores obras (“El Sexto Sentido”, “El Protegido”, “Señales” o “El Bosque”) con una historia sencilla. Unos jóvenes encuentran a sus abuelos por internet – ya que su madre no tiene ninguna relación con éstos desde antes de que tuvieran nietos – y deciden ir a visitarlos y grabar un documental de la visita. Ese documental, cámara en mano, es el que nosotros vemos en tiempo real. Ese es el mayor acierto de la película, ya que el espectador en ningún momento sabe más que los protagonistas.

No hay música. Como lo oís. No hay banda sonora. No hay un “ta chán” cuando surge un susto. El suspense nace de las propias imágenes, del propio argumento. Un logro increíble tratándose de un filme de terror.

Aunque el “rollo documental cámara en mano” se ha explotado hasta la saciedad en este género (en obras como “La Bruja de Blair” o “Rec”), la película tiene su punto original en las frases que nos regalan los hermanos protagonistas a lo largo del metraje; principalmente Ed Oxenbould, que está tremendo en su obsesión por ser un rapero “nigger”. Y es que el casting no puede ser más acertado, muchos tardarán largo tiempo en olvidar los poses de Deanna Dunagan como “entrañable” abuela.

El guión es de una veracidad aplastante. Nada se sale de los cánones de la realidad, lo que genera mucho más miedo psicológico al espectador que si se tratase de un argumento fantástico. Hay una constante sensación de “ésto podría pasar” que pone los pelos de punta. Y estructuralmente, el guión está muy bien dosificado en su conjunción de humor-terror, resultando mucho más creíble que otros filmes de terror coetáneos.

La película es divertida, disfrutable, e incluso alberga cierta moralina en su tramo final, al más puro estilo de los cuentos para niños… pero no nos engañemos. Después de las risas y el rato divertido, velados en pequeñas dosis terroríficas - que esconden los menores minutos de metraje - vendrán a tu recuerdo las imágenes del juego del escondite, de los despertares en penumbra, de la entrada en el horno… y esa noche no podrás dormir.



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