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La Isla Mínima

por BORJA MUREL

Dentro de las posibles calificaciones de géneros cinematográficos, siempre me ha gustado hablar de que existe un determinado “cine ambiental”. Dentro de ese calificativo englobo aquellos trabajos en los cuales el entorno que rodea a los actores (aderezado por la música y un tempo denso) adquiere un protagonismo totalmente principal. Así a bote pronto, me vienen a la cabeza trabajos como la serie “Twin Peaks” de David Lynch o “Seven” de David Fincher, donde los parajes (en una los frondosos bosques, en la otra esas calles lluviosas enfermizas) son protagonistas principales de la historia.

A “La Isla Mínima” le rodea, desde el primer fotograma, un ambiente oscuro y malsano. Recuerdo pocos thrillers españoles de semejantes características y que consigan mantener un pulso tan tenso como éste.


Alberto Rodriguez (director que saltó a la palestra con “7 Virgenes”) nos cuenta la historia de cómo dos policías, que no se conocen entre sí, comienzan la investigación de la desaparición de dos hermanas en un entorno que les es desconocido y hostil.

Ese entorno es Isla Mayor, una localidad y municipio español de la provincia de Sevilla, donde sus habitantes guardan oscuros secretos y donde la mentalidad del pueblo aún conserva destellos de una dictadura que acaba de terminar; y es que uno de los mayores aciertos del director es ambientar la película en el año 1980, en pleno periodo de transición.

Rodríguez muestra una sociedad rural en la que aún se mantienen ciertos clichés del Franquismo y en la que los jóvenes harían cualquier cosa por salir del pequeño pueblo y llegar a la gran ciudad. Vemos personajes poderosos y respetados, otros débiles y condenados a vivir bajo el yugo del temor, autoridades corruptas, embaucadores... y un sin fin de sujetos que retratan fielmente la España campestre de hace poco más de treinta años.

Raúl Arevalo y Javier Gutierrez son los dos policías protagonistas. Si bien antagónicos inicialmente, uno democrático y otro pro franquista, sus personajes ganarán afinidad a medida que la historia avance. Ambos dan una magistral clase de interpretación. Arevalo se nos muestra rudo y contenido, alejado de sus habituales registros cómicos, pero es Javier Gutierrez el que le roba las mejores escenas de filme, con un personaje castigado y lleno de matices, lastrado por su pasado, cuya evolución es lo más interesante de la historia.

Nerea Barros, como madre de las niñas desaparecidas, es el gran descubrimiento del amplio casting. Aunque ya sobresalió en la serie televisiva “El Tiempo Entre Costuras”, aquí realiza una interpretación tan bucólica, y lograda, que seguramente le sirva para obtener una candidatura a los próximos Goya. Antonio de la Torre luce (como es habitual en todas sus interpretaciones) en las pocas secuencias en las que aparece, dando vida, en este caso, al padre de las niñas.

La música de Julio de la Rosa dota al paisaje de las marismas del Guadalquivir de vida propia. Por otro lado, el trabajo de postproducción es impecable, con unos planos cenitales aéreos imposibles que sirven para entrelazar las escenas y que serán recordados como sello personal de la película.

“La Isla Mínima” está plagada de matices, pequeños detalles que pasan inadvertidos pero que tendrán una importantísima relevancia en la historia. No quiero profundizar demasiado en el argumento, ni dar pistas de antemano, ya que es fácil desvelar detalles que no deberían ser desvelados. Sólo me queda invitar a todo amante del cine de calidad a ver la que es, a mi juicio, la mejor película española de los últimos años. Y estad bien atentos a todos esos detalles que he mencionado porque, cuando aparezcan los créditos finales, más de uno estará pensando en darle un segundo visionado.


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