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El bebé de Rosemary

por BORJA MUREL

Hoy toca recomendar un clásico, y aunque he dudado entre varios que me apetecían comentar, finalmente me he decidido por “La Semilla del Diablo” de Roman Polanski. Una de las películas más absorbentes y fascinantes que recuerdo haber visto.

A comienzos del año 1968, Roman Polanski era el director europeo de moda en EEUU. Su carrera era impecable, con cuatro películas a sus espaldas plagadas de premios y reconocimiento: “El Cuchillo en el Agua” (1962) - nominada a la mejor película extranjera en los Oscar y BAFTA - , “Repulsión” (1965) - ganadora del oso de plata en el festival de Berlín -, “Cul de Sac” (1966) – ganadora del oso de oro en el Festival de Berín – y “El Baile de los Vampiros” (1967) que había supuesto un gran éxito internacional al combinar de forma magistral el humor absurdo del cine mudo con el cine de terror de vampiros de los estudios Hammer.

En ese estatus intocable, Polanski decide adaptar la novela satánica de Ira Levin “El Bebé de Rosemary”, encargándose él mismo del guión. El director, fascinado por las ciencias ocultas, se reúne con Anton Lavey, fundador de la Iglesia de Satán, para que le asesore en todo tipo de ritos orientados al mal. La historia, que versa sobre una pareja de recién casados que se traslada a vivir al edificio Dakota, comienza a tomar un cariz oscuro en el momento en que entran en juego los vecinos del edificio.

El Dakota fue elegido por el propio Polanski como escenario de toda la acción. Ya por entonces era considerado un edificio polémico en Nueva York, donde se hablaba de que en dicha construcción se habían cometido asesinatos y ritos satánicos durante el siglo anterior, y donde había vivido el brujo negro y profeta Aleister Crowley. No en vano sería donde asesinasen a John Lennon en el otoño de 1980.

La protagonista, Mia Farrow, venía de un torrido matrimonio de maltratos con Frank Sinatra. El cantante (que era intocable en esa época) le había prohibido a su mujer actuar en la película, y como ella se había negado en rotundo, éste le mandó los papeles del divorcio al set del rodaje; lo cual hizo que la actriz estuviese bastante perturbada durante todo el proceso de filmación y fuese perdiendo peso según avanzaban los días.

En el verano del amor de 1968 (en el que todo el hipismo “flower power” estaba en su punto más álgido), vio la luz “Rosemary´s Baby”, “La Semilla del Diablo” en España (por Dios que alguien mate a quien hizo la traducción del título). La película fue un rotundo éxito internacional, encumbrando a Polanski a la cima de los grandes, aunque levantó ampollas en numerosos sectores que no querían que este tipo de temas fuesen expuestos a la luz pública.

Polanski pagaría un alto precio. Menos de un año después, su esposa embarazada de ocho meses – la actriz Sharon Tate - y un grupo de amigos íntimos serían brutalmente torturados y asesinados, en la casa que poseía el director en Hollywood, por la secta liderada por Charles Manson. Un suceso que marcaría un antes y un después en la historia americana y que lastraría al director el resto de su carrera. Casualmente Polanski no se encontraba presente en el momento de los hechos, lo que despertaría todo tipo de rumores que no harían más que acrecentar la leyenda negra del director.

Al margen de la oscura historia que rodea a la película, “La Semilla del Diablo” es una obra fascinante. Se trata del primer filme que aborda el tema de las sectas satánicas abiertamente en el mundo del cine. El planteamiento es perfecto. Se inicia como una telenovela romantica y pastelosa, en la que una pareja de enamorados se van a vivir juntos, para irse tornando en algo sombrío y tétrico, en el momento en que los vecinos comienzan a manipular la vida de los protagonistas. Como decía antes, la traducción del título al castellano destroza cualquier tipo de sorpresa que el espectador hubiera tenido de no saber a lo que se enfrentaba; a la vez que estropea la duda de si estamos ante un caso de esquizofrenia o un caso real de satanismo.

La película ha sido copiada en los años siguientes hasta la saciedad en numerosas producciones mediocres, pero sin llegar a acercarse un ápice al título que nos atañe. Incluso podríamos citar cierto tipo de homenajes en obras como “La Comunidad” de Alex de la Iglesia.

Como curiosidad (podría extenderme horas con anécdotas) mencionar que durante una escena en la que la protagonista recibe una llamada telefónica de un desconocido, Polanski utilizó al actor Tony Curtis (amigo intimo de Mia Farrow) para que pusiese la voz sin que la actriz lo supiese, logrando así un efecto desconcertante en el rostro de Mia, al enfrentarse a una voz conocida a la que no sabía poner cara.

Otra anécdota más es que la inquietante canción de cuna que se escucha al principio y final de la película fue tarareada por la propia Mia Farrow.

El reparto actoral es brillante. John Cassavetes (cuya filmografía como director de cine es impecable) hace el papel del avispado marido de Rosemary; Ruth Gordon (que se llevaría el Oscar a la Mejor Actriz Secundaria) es la insoportable vecina metomentodo; y Mia Farrow hace, sin duda, el mejor papel de su carrera (que me perdone Woody Allen).

Que nadie se lleve a equívocos. Muchos no considerarán esta película dentro del género terror; al menos no del tipo de terror al que Hollywood nos tiene acostumbrados. En un primer contacto parece que nos enfrentemos ante una película sobre la vida cotidiana, una película sencilla y agradable que nos va absorbiendo minuto a minuto, hasta que su director decide insertar un elemento discordante en nuestra cotidianidad. Comienza entonces a envolvernos una aureola de ambiente mal sano y retorcido que nos va a impregnar a lo largo de todo el metraje. Y es que si algo se le puede reprochar a Polanski es que esta película está hecha con muy mala uva. Se huele el mal en cada fotograma. Lo que no sabemos es si ese mal viene de fuera (de todo lo que nos rodea) o si realmente el mal se encuentra en nuestra propia cabeza. Volveremos sobre Polanski, pero ahora toca disfrutar de “Rosemary´s Baby”.

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