El silencio es sepulcral. Sólo una ligera brisa mueve las hojas de los álamos. El susurro es casi como una oración. O un sortilegio. O un encantamiento en labios de una bruja.

El gentío esta inmóvil, expectante. Sólo algún niño llora y se mueve.

El momento es mágico. El rey se acerca a la ermita abriendo una estela entre la gente. Es como esa historia que cuentan de Moisés y el Mar Rojo. El nuevo culto se abre camino envuelto en incienso como el rey entre sus súbditos.

Cambian los tiempos y cambian las religiones. Los viejos sabios dicen que nada cambiará y yo les creo.

¿Qué diferencia habrá entre esta imagen y la diosa anterior? Ninguno.

Las fiestas de la primavera seguirán siendo las mismas. Las mundus cereris se convertirán en el cortejo de mondas, pero los frutos de la tierra seguirán llegando de toda la comarca en los carros de cada aldea, alquería o pueblo.

Un culto seguirá a otro, pero la tradición continuará.

Elevo a mi hijo sobre mis hombros y pienso si mis descendientes seguirán viniendo a esta ermita cada primavera.

Las Fiestas de Mondas tienen una historia ancestral que ha pervivido en esta ciudad a lo largo de los siglos. Cierto es que en principio era un rito pagano pero al cristianizarse y albergar la ermita a la Virgen del Prado (donada por el rey visigodo Liuva según la tradición) se modificó la liturgia para adaptarla a los nuevos tiempos.

A lo largo de su historia, las formas y los símbolos han ido cambiando pero la esencia sigue siendo la misma. ¿Qué más da que sean los desposorios de la Virgen o el culto a la diosa Ceres?

Celebramos la primavera, el surgimiento de la vida, el renacer de los campos de esta comarca.

Ojalá nuestros descendientes sigan disfrutando de esta fiesta tan antigua y tan nuestra, y que las crónicas futuras hablen de estas fiestas como algo hermosa y eterno.

¡¡Felices Mondas a todos!!!

Gracias por leernos. Nos vemos.