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Cuento de Mondas

por PILAR CAMPILLEJO

Hola! Se que hace mucho tiempo que no publicaba nada, pero en estos momentos, y sobre todo en esta semana, que debería ser nuestra semana grande, nuestra fiesta de Mondas, he rescatado este cuento que escribí y conté para escolares en el 2015. Espero que os guste. Cuidaros mucho todos. Nos vemos.

CUENTO DE MONDAS

Buenos días, dejad que me presente: mi nombre es Prado. Si, si, como la Virgen, la que vive en esa hermosa ermita, que parece un cofre precioso lleno de cerámica. Pero yo creo que además me lo pusieron porque mis padres, pastores como yo, se conocieron en los prados que rodean mi pueblo, esos prados maravillosos en los que uno se puede recostar adivinando las formas de las nubes o solo a esperar que el tiempo pase.

A mí me gusta, mientras que estoy con mis ovejas y mis perros, imaginarme como serian antes las cosas e inventarme relatos de cosas que pudieron ocurrir o no.

También me gusta mucho leer. Donde yo vivo no hay muchas posibilidades de encontrar buenos libros. Mi padre cuando viene a Talavera me trae algún libro que compra en el mercadillo, de segunda mano. No me importa. Cuando los acaricio me imagino quienes habrán sido sus dueños si los trataron bien o mal, si les gusto, si soñaron con sus historias.

Cuando me los llevo al prado, les leo a mis ovejitas en alto. Los perros se sientan un poco lejos, como apartados, haciéndose los interesantes, pero yo sé, que en el fondo, con esas orejas que lo captan todo no se pierden detalle. Las borras se me quedan mirando o siguen trisca, que te trisca, intercalando de vez en cuando un be en la historia.

Al que más le gusta la lectura es a Borreguito, mi cordero. Se tumba apaciblemente a mi lado y cierra sus ojos de lucero escuchando mis palabras. Pero si dejo de leer para llamar a alguna de las díscolas del rebaño que intenta campar por sus respetos, me mira como diciendo, no pares, sigue que quiero saber lo que pasa.

En la noches que dormimos en el prado, porque nacen los corderitos o en la época de esquileo, nos juntamos alrededor de las hogueras y los pastores cuentan historias de tiempos pasados y remotos, de costumbres antiguas y raras, de hechos lejanos, que ya casi nadie conoce.

Una noche, llego hasta nuestro aprisco, una mujer muy mayor, tan mayor, que su cara parecía tallada en piedra, llena de arrugas tan profundas que sus ojos brillaban con la luz del fuego en el fondo de un pozo.

Yo abrace con fuerza a Borreguito, que acababa de nacer, para que no tuviera miedo de esa mujer que parecía una bruja. En el fondo es que era yo la que tenía un poco de miedo, pero no se lo digáis a Borreguito.

-Vieja madre,- dijo mi padre cuando la vio aparecer en la oscuridad- ven y caliéntate en nuestro fuego.

La anciana se acercó despacio y se sentó con un gruñido. Yo me acerque a papa, porque tenía un poco de frio. Bueno en realidad un poquito, pero muy poquito, de miedo. Al sentirme padre dijo: -Vieja madre, cuenta una historia, de esas que sabes tú, tan antiguas y tan raras. Anda, no te hagas de rogar, que tengo un buen vino de pitarra para que te calientes la lengua.

Ella miro alrededor, mirando uno a uno a los gañanes de mi padre, y cuando llego a mí y a Borreguito, se nos quedó observando fijamente, tan fijamente, que yo me encogí todavía más. Mi madre que en aquel momento se sentó a mi lado, dijo: ---Vamos veja madre, que asustas a la niña.

La vieja sonrió, con una sonrisa sin dientes, que contenía todo el saber del mundo, y con una voz profunda como la noche que nos rodeaba, comenzó a contar su historia:

-Hace mucho tiempo sobre esta tierra que ahora pisamos, Vivian unas gentes de las cuales heredamos nuestra lengua y saber. Esas gentes, que dejaron sus señales en las piedras de los campos, no tenían un solo dios, como nosotros, los suyos eran muchos. Los bosques, los ríos, los vientos y los rayos eran sus dioses. Unos dioses a veces crueles y otras benévolos. Dioses que les protegían o los castigaban según su capricho.

Unas de esas diosas, mucho más antiguas que el nombre que les dieron, eran Ceres y su hija Proserpina. Ceres era la diosa que protegía todo lo que nosotros amamos, las cosechas, el campo, los animales. Su hija Proserpina era muy bella, la más bella doncella del mundo.

Pero un día, la belleza de Proserpina llamo la atención de Plutón, el dios del inframundo, que prendado de su belleza, la secuestró.

Ceres desesperada, la busco por todas partes, y loca de desesperación detuvo las cosechas y por donde pasaba todo se convertía en un desierto. Los humanos estaban asustados, pues la tierra era su único sustento. Así que unieron sus ruegos a los de Ceres y pidieron a Júpiter, padre de los dioses, que atendiese la súplica de la diosa desesperada.

Júpiter llamo a Plutón y le dijo: Si no dejas volver a Proserpina a la tierra, Ceres no nos volverá a traer la primavera y todo morirá. Pero Plutón era un marido celoso y no quería dejar que Proserpina lo abandonase. Así que para que no se olvidara de volver con él, la hizo comer cuatro semillas de granada, con lo cual se aseguraba que volviera con él cuatro meses al año.

Por esta razón, en primavera cuando Ceres recibía a su hija, las cosechas brotaban y en verano florecían. En el otoño Ceres cambiaba las hojas a tonos de marrón y naranja (sus colores favoritos) como regalo para Proserpina antes de que volviese al inframundo. Durante la época en la que ésta vivía con Plutón, el mundo pasaba el invierno, una época en la que tierra se vuelve estéril a causa de la pena de Ceres.

-Buah, buah, historias de viejas brujas, -se burló un gañan, rompiendo el encanto que la vieja había tejido con sus palabras y que nos había dejado mudos. -Si te oye el páter, te queman en la plaza.

-Calla insensato, - dijo mi madre- No está bien burlarse de nadie de esa manera. Vieja madre solo cuenta cuentos inventados. ¿Verdad?

-Creeos que es un cuento, lastima me da que no conozcáis vuestras raíces. Lo que he contado no es un cuento, es el origen de una fiesta que celebráis todos los años con placer.

-¿Cuál?- Me atreví a preguntar desde los brazos de mi padre.

-De las Mondas mi niña.

Todos nos quedamos mirando con cara de bobos.

- ¿Cómo una fiesta en honor a nuestra Virgen, puede tener relación con los dioses paganos? Veis, os digo que no está bien de la cabeza. ¿Qué tendrán que ver las narices con comer trigo?

Anda y dale de beber ya y que se vaya, o le va a llenar la cabeza de ideas locas a tu zagala.

Pero padre, al que también le gustaban las historias, contesto: ----Calla ya lo boca y déjala que nos lo explique. Sigue vieja madre, sigue, y no hagas caso de gañanes ignorantes- le dijo con voz suave a la anciana.

Esta, se rebullo en su sitio, como gallina en su nido, bebió un trago de vino y retomo su relato:

-Lo que vosotros ahora llamáis las fiestas de mondas, fue en su inicio el sacrificio que las gentes como nosotros hacíamos a los dioses para celebrar la primavera, para agradecer el sustento que la tierra nos daba, para celebrar la alegría de Ceres. Para cuando la fe de Cristo, llego a estas tierras, los pueblos estaban tan acostumbrados a ir al templo a las afueras de talavera a celebrar la primavera que los sacerdotes, se vieron obligados a cambiar una diosa por una Virgen. Así el culto de las Mondas se mantiene desde hace siglos en estas tierras.

Ese lindo corderito que duerme entre tus brazos, -dijo señalando a Borreguito con su mano de garra- seria en aquellos tiempos uno de los animales sacrificados a las diosas.

Fue tanto mi angustia que del abrazo tan grande que le di a Borreguito el pobre se despertó con un balido de angustia. Lágrimas de terror se deslizaron por mis mejillas. Madre me acaricio la cara.

-Vieja madre no asustes a la nena.

-Tranquila, cariño, que eso sería entonces, pero no ahora ¿a que no vieja?- tercio padre.

La vieja madre me miro con esos ojos como estrellas a la luz de la luna, - No princesa, no te asustes. Los ritos paganos se apagaron como los fuegos de sus templos. Tu hermoso corderito será un día un gran carnero que tirara del carrito de mondas que entre en la ermita.

Acaricie con ternura a mi Borreguito, tan suave como una nube. El pobre, que no había conocido otro cariño que el mío, pues su madre había muerto cuando él era una pequeña bolita de lana.

Cuando el sueño llego, me sentí flotar, y esa noche soñé que entraba en la ermita de la virgen de mi nombre guiando a Borreguito, que se había convertido en el carnero de mondas.

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